Un libro de cuentos infantiles donde se relatan historias que han sido transmitidas hasta el día de hoy.
Visitante del Reino de las Hadas
Hace mucho tiempo, en un pueblo rodeado de olas de trigo dorado, vivía un niño cuyos cabellos brillaban como la luz de la luna. Le encantaba soñar bajo los olivos del Altar de Oronix, donde las nubes se transformaban en todo tipo de formas mágicas.
Un día, el cielo se volvió de color naranja y rojo, y el niño vio a una hada pequeña brillante que salió volando del hueco de uno de los olivos. El hada brillaba como una estrella que saltaba, y emitía un destello reluciente en el crepúsculo.
"¡Hola, pequeña estrella!", dijo el niño suavemente. El hada se rio con una mueca y le saludó, y luego regresó al hueco del árbol.
Con curiosidad, el niño escaló hasta el hueco del árbol y descubrió que en su interior había un túnel mágico. Siguió arrastrándose, más y más adentro, hasta que llegó a un lugar asombroso: allí, las flores cantaban, los hongos eran tan grandes como casitas, y miles de hadas brillantes danzaban en el cielo.
"¡Bienvenido a nuestro reino!". Una pequeña hada que llevaba una corona de dientes de león dijo con alegría: "¡Soy el príncipe de la tierra de las hadas! ¡Eres el primer humano en descubrirnos!".
El niño observó a su alrededor y vio que las hadas vivían en los huecos de los árboles y en casas hechas de hongos, y que se alimentaban solo de frutos silvestres y miel.
"¿Tienen hambre cuando llega el invierno?", preguntó el niño.
Polvoestrella asintió, con su brillo apagándose. "En invierno no hay frutos que comer. Tenemos que dormir con el estómago vacío".
"¡Les enseñaré a cultivar alimentos!", dijo el niño emocionado.
Llevó semillas mágicas y las plantó en un claro bañado por el sol. Las hadas lo observaban con los ojos muy abiertos mientras él hundía las semillas en la tierra.
"Las semillas necesitan un beso del sol y un abrazo de la lluvia", explicó el niño, "¡y entonces se convertirán en comida deliciosa! ¡Es como el milagro de Oronix: el tiempo transforma las pequeñas semillas en grandes tesoros!".
Las hadas aplaudieron y se pusieron a plantar más semillas igual que hizo el niño.
El niño también trajo consigo un caldero mágico. "Este caldero mágico está bendecido", dijo con aire misterioso. "¡Hace que la comida sepa más dulce y huela más deliciosa!".
Con la ayuda del niño, las hadas aprendieron rápidamente a cocinar sopa, hornear pan y hacer postres, y también a almacenar comida para el invierno.
Pronto, el reino de las hadas se llenó de alegría. Los campos florecían con hortalizas, y el aire de las cocinas estaba impregnado del aroma del pan horneado y los dulces. Las hadas ya no temían pasar hambre en invierno.
Antes de despedirse, el niño le hizo una promesa a las hadas: "Cuando la primavera llegue y las flores se abran, ¡volveré con más amigos!".
Las hadas se regocijaron y adornaron el reino con las flores más hermosas para dar la bienvenida a los invitados que llegasen en el futuro.
"¡Volveré pronto!". El niño se despidió de las hadas y se escabulló por el hueco del árbol.
Desde que se marchó, las hadas lo esperan cada día y cada noche. Pero el niño nunca volvió. Encendieron farolillos de luciérnagas que nunca se apagan, con la esperanza de que su luz lo guiase de regreso al reino.
Y ahora, cuando la luz de la luna brilla sobre los campos de trigo, tal vez escuches a las hadas cantando una canción de cuna:
"Niño, ¡no nos olvides! Trae a tus amigos y regresa a la tierra de las hadas".
Incluso ahora, las hadas siguen esperando, pues aquí las promesas nunca se olvidan.