Deleites de otro mundo
Una colección de historias sobrenaturales escritas por el Sr. Xiyan.

Prólogo

Durante tres siglos me he ganado la vida como narrador, pero nunca he escrito mi propio libro. Solo escribí algunos libros de introducción a la música y compuse preludios para aspirantes a escritores. Sin embargo, he evitado escribir mis propias historias.

Esta evasión surge de mi desconfianza arraigada hacia las palabras. El lenguaje, como una delicada mariposa, ha existido desde la aparición de la humanidad, hace cientos de miles de años. No obstante, las palabras no son más que especímenes disecados del lenguaje. Pueden parecer bellas y radiantes en un principio, pero al examinarlas más de cerca, se revelan como cáscaras sin vida, carentes de la vitalidad que hay en el habla. Como me negaba a apagar la llama de mis relatos orales, me he abstenido de escribir.

Sin embargo, aquí presento esta historia por escrito. No es para conservar el relato, sino para documentar un encuentro milagroso que me llevó a tomar esta decisión.

Aquella fatídica noche, mientras tejía historias en el Conde Insomne como de costumbre, las palabras de un capítulo llegaron a su fin y una foránea del público se puso de pie, aplaudiendo con fuerza.

Era una mujer que usaba un sombrero de ala ancha, que ensombrecía la mitad de su rostro y solo dejaba ver una sonrisa brillante que bailaba en las comisuras de sus labios. Su aplauso repentino sobresaltó al público, pero, sin inmutarse por su atención, caminó hacia mí y me dijo: "Sr. Xiyan, hace tiempo que soy una ferviente admiradora de su obra".

Ante el desconcierto por el elogio inesperado, respondí con cautela. "Parece que es la primera vez que me honra con su presencia".

"Es verdad, es verdad", respondió la mujer, bajando la cabeza con un deje de remordimiento. "Qué tonta he sido al pasar por alto sus actuaciones tan perspicaces hasta hoy. De no ser por mi colega, me temo que habría permanecido ajena a su talento... Acepte mis más sinceras disculpas".

Antes de que pudiera expresar mi gratitud por sus elogios desproporcionados, mis ojos captaron su mano derecha alzándose. Fue entonces cuando me di cuenta de que llevaba una jaula oculta bajo un paño blanco.

"Posee un talento extraordinario para transformar la «historia» en «leyenda»", dijo antes de que pudiera pronunciar palabra, y colocó la jaula sobre la mesa frente a mí. "Con este loro, sus actuaciones serán aún más milagrosas".

Y con eso, se dio la vuelta y se fue, sin darme la oportunidad de detenerla. "¡Señora! Este regalo es demasiado valioso... No lo merezco".

"Sí lo merece". Se detuvo en seco y se volvió hacia mí. Su mirada, velada por el ala de su sombrero, tenía un color vidrioso. "Sus «historias» infundieron vitalidad a un relato seco y sin vida".

...

Tardé semanas en comprender el temperamento del loro, me costó encontrar comida adecuada y casi lo maté de hambre.

El loro parecía tener predilección solo por mí. Cuando veía a otra persona, quedaba petrificado, casi como una estatua. Tenía que cubrir la jaula con un trapo para evitar que se asustara. Y dondequiera que fuera, tenía que llevarlo conmigo para evitar que se asfixiara en la monotonía de la rutina doméstica. El loro experimentaba miedo, estrés y rigidez, todo en uno.

Entonces, me vi llevando la jaula tapada a todas partes... al Conde Insomne, a Especias Supremas y al mercado. Incluso tuve que llevarla durante las discusiones de negocios con los altos mandos de Petro-Golden-Mayor, como si fuera una especie de actuación.

Justo cuando empezaba a pensar que todo era una broma muy elaborada, el loro reveló por fin sus cualidades extraordinarias.

Pronto descubrí que el loro tenía una memoria excepcional. Recitaba las historias que le compartía con una precisión impecable. Aunque los animales capaces de hablar son raros en esta época, me he encontrado con muchas maravillas de este tipo. Al ser un loro, aunque hubiera aprendido rápidamente a hablar el idioma humano, sus instintos seguirían limitándolo.

Sin embargo, pronto me di cuenta de que el loro no se limitaba simplemente a repetir mis interpretaciones. Al principio, las "recitaba" con diligencia, pero luego empezó a "reinterpretarlas", incluso tomándose la libertad de cambiar algunos elementos de la trama. Debo admitir que las modificaciones eran muy eficaces, ya que daban más brillo a los relatos originales y los hacían más creíbles.

Con el tiempo, empezó a contar historias que yo nunca había contado. Sospecho que algunas las escuchó mientras me acompañaba por las calles, pero otras seguían siendo un misterio y no tenía idea de dónde provenían.

Querido lector, quizá se incline a creer que el loro posee una inteligencia excepcional. Sin embargo, yo no percibo en él ninguna cualidad que lo convierta en un narrador hábil.

Se negaba a volar y se quedaba en silencio si no estaba de buen humor. Parloteaba y me contaba historias cuando se sentía alegre, pero se encerraba en su jaula y se enfurruñaba cuando estaba de mal humor. Una vez se posó en mi escritorio y se acercó a mi mano como un ganso, acariciándola cariñosamente. Cuando disfrutaba de su ternura, acunando al pájaro regordete en la palma de la mano, dejó un regalito y se fue volando.

Una criatura de mente tan simple nunca podría comprender las dificultades de una historia compleja.

Supongo que su comportamiento se limita a los instintos de los loros. Como todos sabemos, los loros repiten palabras sueltas sin entender su significado. Solo que, tras miles de años de evolución, quizá hayan mejorado su capacidad de imitar el habla humana y llegado a ser capaces de contar historias por sí mismos.

Sin embargo, ¿se da cuenta una polilla al "mimetizarse" de que no se la puede distinguir de una rama seca? Creo que mi querido loro no era consciente del verdadero significado de las historias que contaba. Tal vez ni siquiera se daba cuenta de que estaba contando historias.

Después de mucho meditarlo, decidí transcribir las historias que compartió conmigo y compartirlas.

Durante meses, escuché atentamente sus historias y registré meticulosamente las más cautivadoras. Cuando terminé, sostuve el manuscrito en mis manos y le hice una pregunta a mi loro. "¿Qué nombre sugerirías para este libro?".

Saltó sobre el manuscrito, mirándome perplejo, enderezó las plumas del cuello y gorjeó tranquilamente:

"Con penacho como pluma de fénix, se eleva. Canta melodías de las costas celestiales y el alma renueva. Cuando la pluma descansa, ningún pájaro gorjea. Los deleites de otro mundo el espíritu saborea".