Se desbloquea en el nivel 60 de personaje.
Cuando Guinevere era joven, su padre siempre le decía que los humanos debían vivir con dignidad. Sin embargo, ¿quién podía hacer eso en Hombert-σ?
Era un planeta estéril. Las algas, los hongos y los líquenes primitivos mantenían una atmósfera que apenas podía sustentar la vida animal. Y casi todas las especies endémicas que proliferaban en ese mundo suponían una amenaza para la humanidad.
Si la Corporación para la Paz Interastral no hubiera descubierto los minerales escondidos en el corazón del planeta, ningún humano habría querido trasladarse allí.
Guinevere pasó toda su adolescencia en ese planeta corroído por la pobreza.
Hacía amigos con facilidad y se llevaba bien con otros niños. El hijo del indigente, la hija del refugiado, el hermano del ludópata o la hermana del asesino... A Guinevere no le importaba el origen de las personas. Tuvieran el tipo de familia que tuvieran, todas corrían el mismo riesgo de perecer antes de que el nuevo día llegara a ese planeta.
La Corporación no vigilaba de cerca el lugar. Aparte de las almas desafortunadas con deudas o cargos criminales a sus espaldas, la Corporación no restringía la libertad de los trabajadores mientras pagaran los impuestos requeridos, aunque es posible que no les quedara dinero ni para tomar una copa en el bar de la ciudad después de hacerlo.
En casa, su padre siempre había sido el refugio más firme de la familia. Ahora que habían perdido a su padre y a su hogar, el deber de cuidar de la familia recaía sobre los hombros de la única persona mayor del grupo: el Caballero de la Muralla. Su madre obligó a ese viejo y leal caballero a escapar con los niños, mientras que ella optó por quedarse en su tierra natal y acompañar las cenizas finales que caían sobre la tierra ahora yerma.
El viejo caballero había sido el compañero de juegos más cercano de su padre, luego su compañero de batalla más valiente y después su sirviente más leal. Y ahora... se había convertido en otro padre para los niños. Guinevere no logró recordar su verdadero nombre hasta el final. Estaba más familiarizada con el otro nombre del caballero: Tío Muralla.
Una docena de niños hambrientos empeoraron aún más sus menguadas finanzas. Después de una noche de discusiones, Muralla accedió a regañadientes a que los tres hijos mayores fueran a trabajar con él a las minas. Sin embargo, a pesar de los insistentes ruegos de Guinevere, se negó a permitir que fuera con ellos.
Las noches pasaron una tras otra. Muralla envejeció y se marchitó. Sus pulmones se llenaron de cicatrices incurables, y su columna vertebral ya no estaba tan erguida como en años anteriores. Sus manos, que antes podían blandir majestuosamente un martillo cinético en el campo de batalla, se deformaron hasta el punto de que ya no podían sostener ni una llave.
No tardó mucho en morir.
La muralla cayó. Cayó antes de que llegara el amanecer y no hizo ni un ruido. Era como un castillo de arena que se iba encogiendo cuando las mareas subían y bajaban, como el suave descenso de las ramas marchitas del invierno en la brisa, como un final destinado a llegar.
Más allá de la muralla solo había un mundo de escarcha.
Sus hermanos mayores no tardaron mucho en convertirse en piratas interestelares y Guinevere pudo volver a llenar su estómago. Sin embargo, también era vagamente consciente de que se había desviado de las creencias de su padre, y se embarcó en una vida aún menos respetable.
Por lo tanto, cuando los soldados de la Corporación esposaron a Guinevere y la entregaron a los Nimbocaballeros junto con sus hermanos menores, ella respiró aliviada.
Todo el mundo decía que la gente de Xianzhou era muy amable. Ella pensó que los Nimbocaballeros definitivamente permitirían que toda su familia muriera junta con dignidad.
...
¿Quién iba a pensar que mi hermano erraría? Decidió asaltar un esquife en Xianzhou.
Los de Xianzhou respondieron con furia inclemente, despertaron formas atronadoras, desafiantes y ardientes.
Mi hermano se sometió, con humildad en su mirada, rogó por nosotros a los soldados tras la refriega desatada.
Obtuvimos el favor de aquellos valientes soldados, que nos salvaron la vida, sin temor ni enfados.
Mi hermano recibió el perdón, su cabeza conservada, después buscó formas para que todos salieran adelante, con alma entregada.
Los jóvenes a la escuela fueron a aprender a leer, yo con Youjie, habilidades para trascender, sin temor a caer.
Mi hermano me dice que busque en otro lugar el destino, pero retribuir su amabilidad es mi firme camino divino.
Quién diría que en el Callejón Aurum, brillaría mi suerte. Fama y dinero, aunque pobre antes, es mi presente.
...