Luocha

Un apuesto joven rubio que lleva un ataúd gigante a la espalda.
Como comerciante intergaláctico, desgraciadamente se vio atrapado en la crisis del Estelaron en el Luofu de Xianzhou.
Y así fue como descubrió que su dominio de la medicina le resultaba útil.

"¿Y usted es...?".
"Un comerciante ambulante".
"¿Cuál es el propósito de su visita?".
"Negocios".
"¿Jura no violar las leyes y normas de la Alianza Xianzhou, llevar a cabo actividades comerciales de acuerdo con la ley y no realizar ninguna actividad fuera del alcance de su visado?".
"Sí, lo juro".
"¿Jura no realizar ninguna investigación ilegal relacionada con la longevidad?".
"Eh... Sí, lo juro".
"Estupendo, firme aquí".

"Sr. Luocha, bienvenido al Luofu de Xianzhou".

"Oye, ¿te acuerdas de aquel tipo? Ese que venía a menudo, con una caja grande a cuestas...".
"¿Te refieres a Luocha?".
"Sí, Luocha... Es un foráneo, ¿verdad? Pero, por la forma en la que trabaja y habla, se parece a uno de esos viejos nativos de Xianzhou. ¿Será que vivió aquí por mucho tiempo? Y, sin embargo, ha mantenido un estilo de vestir único y exótico durante tanto tiempo...".
"¿Quién sabe? Quizá es porque el pelo rubio no combina con la moda de Xianzhou".

En ocasiones se acordaba de su hogar.
Los demonios, la iglesia, la locura... Ninguno de esos recuerdos era bueno.
La gente trepaba en grupo a los lugares más altos solo para presenciar la desaparición de su ciudad.
Si todo estaba abocado a terminar, entonces habría testigos.

"¿Por qué sigues llevando la ropa de tu planeta natal?", preguntó alguien.
"Me recuerda el camino que debo seguir, eso es todo", respondió Luocha.

Los habitantes de Xianzhou no saben lo que son los ataúdes.
Cada vez que Luocha salía a la calle con el ataúd a cuestas, los curiosos le seguían con la mirada.
Si alguien le preguntaba: "¿Eso qué es exactamente?",
Luocha contestaba, sin entrar en detalles, "Es mi herramienta de trabajo".

"Mi herramienta de trabajo... Espero no haberte ofendido". Luocha, de pie en un pabellón del Sánctum de la Exaltación, hablaba en susurros consigo mismo: "Pero también es verdad que nuestra relación puede considerarse de negocios, ¿no?".

El ataúd dio la callada por respuesta.

Luocha se cargó el ataúd a la espalda y comenzó a caminar hacia la lejanía.
El ataúd no emitió ningún sonido. Ni protestó ni tenía ningún derecho a hacerlo.
"Cuando estás en silencio, eres libre".

Se abre el telón y él deja atrás sus pecados.
La culpa solo es otra arma que hay que controlar, una mentira que uno se cuenta a sí mismo para creer que se puede obtener una respuesta correcta.
"¿Qué te hace tan diferente? ¿Tu dolor es más valioso y emotivo que el de otras personas?".

"Ve a Xianzhou", dijo la persona que le dio el ataúd. "No olvides tu promesa".
"Jamás".

Luocha lo prometió, pero en silencio hizo otro juramento.