Natasha

Una doctora muy meticulosa que siempre luce una curiosa sonrisa.
Los recursos médicos escasean en el Bajomundo, y Natasha es una de las pocas doctoras a la que pueden acudir sus habitantes.
Incluso la deslenguada Hook se comporta como una niña buena en su presencia.

"¡Rápido, presiona aquí! ¡Presiona fuerte para detener la hemorragia!".

Natasha lanzó una mirada de pánico a su hermano. Ante ella yacía un hombre cubierto de vendas de la cabeza a los pies, con el torso retorciéndose por el intenso dolor mientras murmuraba.

"¡¿A qué estás esperando?! ¡Rápido, sujeta esto!".

Había rabia en la orden de su hermano, y también una pizca de decepción, ella era lo suficientemente perspicaz como para darse cuenta. Natasha se apresuró a agarrar el brazo derecho del hombre y reunió todas sus fuerzas para presionar la venda de algodón que tenía en el hombro.

El hombre dejó escapar un grito desgarrador, pero no podía aflojar hasta que su hermano se lo ordenara.

Después de quién sabe cuánto tiempo, el paciente que tenía delante dejó de respirar y ella se quedó mirando el cuerpo sin vida.

"Hiciste lo que pudiste", dijo su hermano con su habitual tono desenfadado. "Descansa un poco. Todavía hay pacientes a los que atender".

Natasha giró la mano roja del hombre, cuyos dedos ya estaban rígidos. El olor de la sangre impregnaba el aire y Natasha dejó que agitara sus emociones; sabía que era lo único que podía hacer si seguía por ese camino.

"Excelente, como siempre", dijo la profesora mientras hojeaba los apuntes. "Con tus notas y tu rendimiento clínico, serás una candidata sobresaliente tanto en el hospital como en las fuerzas armadas".

El pulso de Natasha se aceleró, y sus manos se cerraron en un puño. La profesora se fijó en su lenguaje corporal.

"¿Qué pasa, querida? ¿Quieres decirme algo?".

Natasha se recompuso. Quería transmitir su decisión con seguridad y convicción.

"Quiero volver al Bajomundo, profesora. Sé que puedo ayudar a más gente allí".

La mujer mayor se quedó atónita durante un breve instante, antes de quitarse lentamente los lentes. Luego bajó la cabeza y siguió leyendo sus notas.

"Ya veo, eso es exactamente lo que dijo tu madre... Entonces te deseo lo mejor, Natasha".

Natasha se levantó e hizo una inclinación solemne. Era la última vez que atravesaba aquel pasillo blanco y estéril de la academia de medicina de Belobog y su corazón se llenó de determinación.

Queridísimos mamá y papá:

¿Cómo están?

Por favor, perdónenme por responder tan tarde. Hubo muchos problemas en el Bajomundo, y el orfanato está abarrotado de heridos, así que no tenía tiempo para nada más. Incluso tuve que enviar a algunos de los más pequeños a familias de acogida en la ciudad porque no quería que vieran lo que pasaba en el orfanato.

En cuanto a su pregunta, sí, escuché rumores de que la Guardiana Suprema ordenó un bloqueo entre el Supramundo y el Bajomundo. Entiendo y comparto sus preocupaciones, pero desde mi punto de vista, no puedo abandonar a la gente de aquí abajo en este momento. Durante este extraordinario estado de pánico, tengo que usar mis modestas habilidades para llevar un mínimo de consuelo a los necesitados.

Afortunadamente, sé que respetarán mi decisión. Todavía recuerdo cuando estaba recién salida de la universidad y papá me dijo: "Cualquiera que se dedique a la medicina solo para conseguir un trabajo decente, tarde o temprano, llegará a arrepentirse de su decisión". Creo que entiendo más que nunca lo que querías decir entonces.

No sé cuándo podremos volver a vernos, pero espero que estén sanos y felices. Ya soy mayor y puedo cuidar de mí misma, así que no se preocupen por mí.

Su querida niña,
Natasha

El hombre que yacía en la camilla del hospital estaba bronceado y tenía unos cincuenta años. Sus músculos eran de acero y ahora estaban cubiertos de cicatrices y manchas de sangre. Respiraba con dificultad y su pecho se agitaba violentamente: estaba a las puertas de la muerte.

Los ojos de Natasha se movieron rápidamente hacia el paciente, buscando cualquier lesión fatal que pudiera arrebatarle la vida. Pronto localizó una herida en la parte izquierda del bajo vientre. Aunque no era grande, la hemorragia era constante, y era probable que algún tipo de arma afilada hubiera dañado los órganos internos.

Se puso un par de guantes nuevos y arrancó un gran trozo de venda del rollo. Lo envolvió hábilmente y con fuerza alrededor de la cintura del paciente, presionando la zona que sangraba. Un color rojo oscuro se extendió por las vendas, pero Natasha mantuvo su presión sin mostrar la más mínima señal de pánico.

Al cabo de un rato, la respiración del hombre ya no era tan rápida, y la expresión tensa de su rostro se había calmado. Natasha sabía que estaba fuera de peligro y que podía dormirse sin temor.

Se quitó lentamente los guantes y apoyó la cabeza en el alféizar de la ventana.

"Por favor, no te mueras, Oleg...",

susurró para sus adentros mientras miraba hacia la cama.

"... Todavía quedan muchas misiones para nosotros ahí afuera".