Antes de salir, el joven siempre revisaba cuidadosamente las coderas y los guantes.
Esos eran sus guantes favoritos, lo suficientemente ajustados como para esconder muchos secretos.
De esta forma, nadie podía ver las vendas que le cubrían las manos, ni las heridas que había debajo.
Todo el mundo lo trataba como a una persona normal y lo saludaba de forma normal.
Con eso bastaba.