Se había enamorado al instante de aquel recipiente dorado y estaba a punto de comprarlo.
Pero la chica raposiana lo llevó a un lado y susurró:
"Es mejor que regrese esta noche, benefactor. Decídase entonces".
Regresó al caer la noche.
Quien abrió la puerta, sonriente, era de nuevo esa chica raposiana.
"Sígame, benefactor".
Un rayo de luna se reflejó en la base del plato grabado.
El artesano había labrado los pétalos con líneas de distintas profundidades, detalles que solo podían percibirse a la luz de la luna.
Por fin recordó por qué este objeto se llamaba "esculpir la luna y tejer las nubes".