Se le acababa de ocurrir una nueva forma de jugar y tenía un libro preparado para la hora del descanso.
Si trabajaba despacio, lo que le quedaba por hacer le tomaría exactamente hasta el final de la jornada.
Sin apresurarse, se ocultó en una esquina.
Nadie debía molestarla en su maravilloso momento de descanso.
Ni siquiera la Gran Adivina.
Pero, por si apareciera...
"Le daré este bollito. ¡No puede enfadarse con algo dulce en la boca!".