El rocío helado se condensa en la hoja de la espada, dejando un rastro carmesí.
Un olor a óxido cubre el paraje desolado, donde aún quedan rescoldos de las llamas que rugieron en la batalla.
"Mideimos, ¡peleaste como los dioses!",
grita con emoción un guerrero con el torso desnudo mientras limpia su arma.
"¡Algún día seré un guerrero invencible, como tú!",
dice apenas un niño mirándolo con veneración, con una espada rota en la mano.
"Príncipe, es hora de regresar a Castrum Kremnos",
un anciano curtido sonríe mientras alza su copa en un brindis.
Él asiente con la cabeza y anda hasta llegar al final del campamento.
El dolor de la vuelta a la vida sigue recorriendo su piel. Mañana liderará al destacamento de Kremnos hacia una tierra extranjera.
No sabe a dónde irá, pero lo único de lo que está seguro es que cargará con la responsabilidad de un rey hasta que la sangre y el fuego lo consuman.
La noche se alarga mientras bebe a solas el licor sanguino. Un rapsoda de paso toca las cuerdas, y una melodía errabunda resuena en el aire.
"El hogar está en los sueños, y no es un lugar al que se pueda llegar".