"Dentro de mil años, ¿cómo recordará la historia a Céridra?".
Eso le preguntaron una vez.
Para algunos, ella era la famosa e impresionante emperatriz.
La tirana fría y cruel, la ambiciosa Portadora de la corona ardiente, la reina que quemó el viejo mundo con sangre y fuego...
Otros argumentaban que solo era un triste peón.
Esa soberana, abandonada por todos, no era más que una prisionera de la ambición, destinada a perderlo todo en aquella partida de ajedrez contra los dioses.
Y otros decían que, en lo más profundo de su corazón, más oscuro que el océano, era simplemente una mortal llamada Céridra.
Alguien que también lloraba por sus camaradas caídos, que dudaba y temía ante el peso de su misión, que se sentía incapaz de avanzar...
"Je, la historia no necesita recordarme".
Se tragó la amargura de su corazón y continuó por el camino buscallamas pavimentado con sacrificios.
"¡Será nuestra ardiente sangre dorada quien la inscriba!".