Salsotto inerte

Si se mira desde la perspectiva del universo, el planeta Salsotto al completo reluce con un tono dorado deslumbrante gracias a sus vastos océanos de arena. En su superficie también se distinguen claramente impactos de meteoritos.

En cierto momento fatídico, una tromba de extraños meteoritos cayó sin tregua sobre Salsotto. La larga lluvia de gigantescas rocas, que caía sin descanso sobre el planeta en un ángulo específico, provocó que se ralentizara su rotación. Fue como si se hubiera presionado un botón para desactivar el planeta. Los días y las noches de Salsotto se volvieron cada vez más largos, hasta que cada amanecer y cada atardecer duraba una eternidad, hasta que nadie pudo soportarlo más, hasta que la rotación del planeta se detuvo por completo...

Los veranos sofocantes bajo el sol abrasador y las noches oscuras y heladas duraban medio año. Lo único que quedaba en pie de Salsotto eran las dos últimas ciudades que se movían sin parar, siempre corriendo justo detrás del terminador.

La colosal fortaleza flotaba en el aire como una nube gigantesca y se movía por el cielo que cubría el desierto dorado acompañada de un ruido atronador, ya que dondequiera que fuese se sucedían las tormentas de arena. En la ciudad móvil gigante, los salsottianos volaban entre los edificios con sus trajes alados. Habían sobrevivido a la catástrofe por casualidad y ahora el cielo era su hogar y también su prisión.

Por la mañana, los pescadores aéreos salían del puerto, se lanzaban de cabeza hacia la arena para cazar medusas flogísticas y volvían al caer la noche. Gracias al poder de las misteriosas criaturas, la ciudad lograba a duras penas seguir adelante.

Aunque su supervivencia dependía únicamente de dos alas muy frágiles, los salsottianos eran optimistas por naturaleza y no dejaban que la pesada carga de su destino los desanimara. Siempre tenían un momento para tocar música con sus familias, con unos instrumentos de cristal en los que parecía que las notas se tallaban. También les gustaba tener amigos por correspondencia y a menudo depositaban sus cartas en el buzón diente de león, cuyo destino era la ciudad móvil al otro extremo de la línea del terminador.

Poco a poco, el campo magnético del planeta se debilitó y la atmósfera se hizo cada vez más fina. Aunque su final estaba cerca, la chispa de la vida aún no se había extinguido y las águilas seguían volando.