En su interior se encuentra Villaclavo, una aldea miserable y desolada de Talia. Durante un breve periodo de paz, los forajidos eligieron este lugar por sus reservas de agua y construyeron una aldea con madera, barras de acero y trapos.
Fue por pura casualidad que los bandidos interestelares llegaran a Talia durante su huida apresurada de los Vigilantes de la Galaxia.
Al principio, Talia no era más que un lugar desolado conocido como el "vertedero de la galaxia". Las guerras que destruyeron el planeta provocaron montañas y montañas de ruinas y escombros que cubrían toda la superficie del planeta y causaron una radiación que no se disipaba nunca, borrando así toda esperanza de que algún ser vivo pudiera sobrevivir allí. Los forajidos no tenían otro lugar al que ir y cayeron en una cueva que había bajo la superficie del planeta, que resultó ser un túnel excavado por la raza de los roedores... Finalmente, lograron escapar de sus perseguidores y su sueño de fundar un paraíso de los forajidos se hizo realidad en este lugar perdido.
Muchas criptas estaban conectadas entre ellas, formando un laberinto muy extenso. Este supuesto edén atrajo a más grupos de ladrones y bandidos, que llegaron para acumular riquezas e intercambiar tecnología, estableciendo así los cimientos del reino.
Más forajidos siguieron asentándose aquí y el planeta, antes desolado, ahora rebosaba de vida. Los ladrones más famosos describían su "paraíso de los forajidos" ideal y prometían que el capital se usaría para construir una nación de igualdad y justicia. Pero, a medida que la riqueza acumulada iba aumentando, esos mismos ladrones no tardaron nada en romper sus promesas e intentaron quedarse con todo el dinero. Mercenarios, motines, traiciones... El caos nunca terminaba. Probablemente, los iniciadores nunca habían creído en su propia idea de igualdad ni por un solo momento.
A partir de entonces, los bandidos, que rechazaban esos ideales sofisticados, se encontraron de vuelta en una época caótica en la que se glorificaba la ignorancia. Ocuparon los lugares en los que había agua para fundar ciudades y se burlaron de los conceptos de igualdad y justicia.
Todos los que vivían en Villaclavo eran forajidos. Conducían unos vehículos todoterreno muy destructivos y se disputaban los recursos con otras hordas de bandidos. También fabricaban armas y armaduras mecánicas con chatarra y cables viejos. Cuanto más árido era el páramo, más libertad conseguían, como un frenesí final antes del día del juicio. Esos dulces ideales no eran más que volutas sin sentido en una ola de calor radiante y no quedaba ni rastro de ellas.
De forma semiconsciente, los forajidos finalmente se dieron cuenta de que el paraíso de los forajidos nunca trató de la creación, sino de la destrucción.