En su interior se encuentra la carpa de la bóveda dorada de los borisin de Verdantia. A pesar de la salvaje reputación que los borisin han dejado en el cosmos, esta raza posee extraordinarias habilidades biotecnológicas. Los hijos de los lobos se reunieron al lado del gran Alfa Duran, y observaron los objetos celestes como si fuesen su rebaño mientras surcan los cielos entre las estrellas.
En los antiguos cantos de los raposianos y los borisin, se evoca con nostalgia el planeta Verdantia, con su fértil tierra y su clima agradable. Sin embargo, si se examina con detenimiento bajo esta aparente serenidad, descubrirán que estas palabras son solo preludios de un eterno tema: la guerra.
Algunos clanes de raposianos, con su destreza en la agricultura y el comercio, construyeron prósperas ciudades junto a ríos caudalosos. Mientras tanto, los hijos de los lobos deambulaban con sus manadas bajo un cielo cubierto de auroras y sobre exuberantes praderas, estableciendo asentamientos dispersos por el paisaje. Los comerciantes se burlaban de los pastores por su salvajismo, mientras que los pastores despreciaban a los comerciantes por sus argucias. Pero ambos debían enfrentarse a los crueles embates de la naturaleza: el "Lupo de Estío" y el "Lupo Invernal".
Durante el verano, bendecido por las deidades raposianas con cosechas abundantes, los clanes cesaban las hostilidades y se unían en paz. Pero cuando la teofanía del lobo enviaba sus heladas, las líneas de nieve se extendían desde los polos y el hambre empujaba a los clanes nuevamente al conflicto.
Cuenta la leyenda que, en una ocasión, el Lupo Invernal se prolongó más de lo habitual. Permaneció incluso después de que el sol de Verdantia hubiera dado la vuelta al planeta treinta y tres veces, sumiéndolo en la desesperación y la hambruna. Los habitantes, desesperados, incluso llegaron a consumir a los animales que antes adoraban como tótems. Ante la inminente tragedia, un salvador, conocido como la señora Tushan para los raposianos y el señor Duran para los borisin, ascendió a la cima de la montaña más alta y suplicó ayuda a la Maestra de la Inmortalidad. Entonces, las montañas se abrieron y de ellas brotó el dulce néctar del Manantial Carmesí.
Quienes bebieron del Manantial Carmesí hallaron poder, destreza y fuerza en la carne de las bestias que devoraban. Su sangre, agitada por la ferocidad de los animales, transformó sus cuerpos en formas cada vez más salvajes. Así fue como este mundo cambió y nunca más retornaría a sus días anteriores.
Con el Manantial Carmesí como fuente de vida, todo lo que la nueva raza canina necesitaba venía de esa fuente milagrosa: los campos dejaron de producir grano para dar lugar a los viscorpus, y las vestimentas se confeccionaban con carne embrionaria en lugar de lino. Incluso los gélidos paisajes invernales que habían aterrorizado a las civilizaciones de Verdantia dejaron de ser causa de preocupación, pues las razas caninas cultivaron membranas biológicas con las que fabricaban cálidas tiendas abovedadas, que las aislaban del crudo Lupo Invernal.
Pero el progreso trajo consigo nuevos desafíos, de la misma forma que cambiaban las cosas para una raza de corta vida que se convertía en raza de larga vida: explosión demográfica, colapso ecológico y conflictos internos. No importaba cuánto le rezaran las razas caninas, la Maestra de la Inmortalidad nunca les contestó de nuevo. Los caninos entonces comprendieron que todo lo que la Maestra de la Inmortalidad podía darles ya se lo había dado, y que si deseaban tener mejores vidas, debían forjar su propio destino.
Reunidos en torno al gran Alfa Duran, las razas caninas miraron hacia el cielo, donde la Maestra de la Inmortalidad residía. Las estrellas brillaban como un prado esperando ser conquistado; llevarían la esencia del "Lupo Invernal" a las civilizaciones en esos planetas distantes.
Con el tiempo, sus enemigos, los nativos de Xianzhou, les otorgaron el nombre de "borisin", que significa "lobo" en el lenguaje del planeta Verdantia.